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El Meliorista

Porque es importante ser mejor cada día por medio del  actuar responsablemente en cualquier ámbito de la vida
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¿Y AHORA QUIÉN RESPONDE?

E

n 2009 se dio inicio al proyecto de hidroeléctrica más grande del país: Hidroituango. Fuera de la expectativa del proyecto, quizá más ambicioso de los últimos años en el país, esto ha significado problemas igualmente grandes en cuanto a lo ambiental y lo social. El inconveniente más reciente es el del crimen ambiental en el río Cauca que, según informes oficiales, ha ocasionado la muerte de cerca de 57.309 peces, y aunque no son consideradas especies comerciales, innegablemente afecta el ecosistema. La responsabilidad de todo esto no es solo de la EPM sino de todos los líderes políticos, empresarios y demás personas que han apoyado el proyecto siguiendo intereses económicos de manera egoísta e inconsciente, sin medir las consecuencias que desembocaron en la desaparición de un 80% del caudal del río. No podemos permitir que sigan pasando tragedias como estas bajo nuestras narices, sin que nadie de la cara y responda.

 

La magnitud de esta crisis es tan grande que las personas detrás de todo esto no han sido capaces de dar la cara y asumir las consecuencias. La EPM (Empresa de Servicios Púbicos de Medellín) se lava las manos argumentando que los peces que murieron son de bajo gramaje y no comerciales. Pero es que esto no es solo un tema económico, sino ambiental; que mueran tantas especies afecta el equilibrio dentro del ecosistema. Incluso los expertos indican que tanto la flora como la fauna corren riesgos de morir, marchitarse o emigrar.

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No obstante, la EPM no es la única entidad accionista del megaproyecto ni la que tiene más acciones: el mayor accionista es el Instituto para el Desarrollo de Antioquia, con un 50,7% de participación. Entre los otros accionistas están el departamento de Antioquia, la Central Hidroeléctrica de Caldas y la Financiera Energética Nacional. Estas organizaciones no se han pronunciado en los últimos días e, incluso, no se les ha otorgado la debida sanción directa en el tema de Hidroituango, como se ha hecho

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La responsabilidad de todo esto no es solo de la EPM sino de todos los líderes políticos, empresarios y demás personas que han apoyado el proyecto siguiendo intereses económicos de manera egoísta e inconsciente. 

con la EPM. A esta última se le ha atribuido la mayor responsabilidad por ser la encargada de la construcción de la estructura. Del mismo modo, los demás, como accionistas e implicados en la obra, deberían asumir la responsabilidad de vigilar que se realicen correctamente los procesos alrededor de la hidroeléctrica y, lo más importante, velar por las comunidades cercanas al río y por las especies de flora y fauna que se encuentran allí.

 

Irónicamente, esto trae de vuelta el amargo recuerdo de la caída del puente de Chirajara, apenas el año pasado. Al igual que ahora, nadie salía a dar declaraciones o explicaciones,  ni mucho menos asumía la responsabilidad de dicho desastre. Se puede decir, coloquialmente hablando, que le han botado la pelota a la EPM (aunque no es la única responsable o culpable). Como si se tratara de fantasmas o un cuento de ficción, las demás entidades no se manifiestan, casi como si nunca hubiese pasado nada.

 

No podemos quedarnos de brazos cruzados esperando por una explicación que no llegará. Los responsables deben hablar y asumir las consecuencias y nosotros no podemos aceptar este u otro crimen ambiental. Que la ambición de unos pocos no permita que sucedan estos hechos sin que nadie responda por ellos, además de ser consecuencias tan graves como la destrucción de un río y de un ecosistema. Estos mismos responsables deben ayudar a recuperar y reparar los daños causados para que más adelante no haya catástrofes similares a esta. Es importante que todos los culpables respondan para devolvernos el río.

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Columna

¿COLOMBIANOS A MEDIAS?

Como colombianos, tenemos la responsabilidad de conocer la historia patria, saber quiénes somos, tratar de entender por qué somos así. Aunque muchos lo ignoran, ser colombiano no es solamente vestir la camiseta de la selección de fútbol cuando hay partido, es mucho más que eso.

Por Eim J Alonso

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e tomé la molestia de preguntarle a varias personas, ciudadanos de a pie, si sabían en qué fecha (día, mes y año) fue la batalla de Boyacá. La mayoría no supo responder correctamente. Y es que precisamente en este 2019 se cumplen los 200 años de este hecho tan relevante. El 7 de agosto de 1819 marcó la independencia total de lo que se convirtió, en ese entonces, en la Gran Colombia. Una nación conformada por lo que hoy conocemos como Colombia, Venezuela, Panamá y Ecuador. Por esta razón, el país invitado a la Feria del Libro de Bogotá 2019, en su edición número 32, será Colombia. El eslogan es: “Léete”, al cual le agregaría un “conócete”. Porque, lastimosamente, no conocer a fondo sobre los hechos que han marcado al país se ha convertido en algo normal. Como colombianos, tenemos la responsabilidad de conocer la historia patria, saber quiénes somos, tratar de entender por qué somos así. Aunque muchos lo ignoran, ser colombiano no es solamente vestir la camiseta de la selección de fútbol cuando hay partido (no importa si es fea o no). La idea de “Léete” en la Filbo 2019 me parece fenomenal, pues a veces miramos más hacia otros lugares y no nos damos cuenta de lo que tenemos acá, no asumimos la responsabilidad que conlleva el ser colombiano y el deber de conocernos.

 

El 9 de abril de 1988 nació la Feria del Libro. Desde el primer día fue un evento importante que tuvo la participación de María Kodama, viuda de Jorge Luis Borges, la dirección de Jorge Valencia Jaramillo y en cuya inauguración asistieron casi cien autores colombianos, el presidente de ese entonces, Virgilio Barco y demás personalidades del gobierno. La popularidad del evento creció rápidamente. Pero esta no es la primera vez, en los años que se ha realizado la Filbo, que hay una dedicatoria a nuestra patria. En la edición número 23 de 2010, se hizo alusión al Bicentenario de la Independencia (por el 20 de julio de 1810) y en 2015 el país imaginario invitado fue Macondo, a modo de homenaje a García Márquez. Pero, que solo tres ediciones de la feria hayan sido dedicadas a nuestro territorio, demuestra nuestra costumbre de estar, permanentemente, mirando hacia lo que tienen otros países, comparándonos con ellos e ignorando lo que ha pasado y lo que está pasando aquí. Somos la sociedad del culto a lo extranjero.

 

Que los ciudadanos no conozcan de la historia patria es brutal, pero que el mismo jefe de estado cometa este tipo de errores, debería ser imperdonable. En enero de este año, el presidente Iván Duque cometió un   

error histórico: aseguró que el apoyo de próceres de la independencia de Estados Unidos fue crucial en el proceso de independencia de Colombia. ¿Cómo exigirle a un estudiante que conozca, por lo menos, sobre la historia de la nación, si hasta el mismísimo presidente demuestra no saberlo? Ahora me pregunto, ¿por qué este tipo de errores son tan comunes? En 1994, durante el gobierno de Gaviria, se retiró la cátedra de historia como materia obligatoria en los colegios pero, recientemente, un decreto presidencial cambió eso en 2017. Durante 23 años se dictaron clases de historia dentro de la cátedra de Ciencias Sociales, los estudiantes recibían una sopa desabrida de competencias ciudadanas, democracia, geografía e  historia, la cual no nutría suficientemente el conocimiento de los mismos. Dos años después de dicho decreto se está retomando la enseñanza de esta materia, pero aún está biche y no ha dado sus frutos.

 

El hecho de que no asumimos la responsabilidad de ser colombianos no solo se refleja en no saber de historia, sino en otras acciones tales como salir a votar. En este país es una buena noticia que el 53,36% de la población habilitada votara en las elecciones presidenciales de 2018. En un Estado donde la costumbre es no salir a votar y casi la mitad de los habilitados no ejerce su derecho al voto, es notable la falta de compromiso que tenemos con nuestra nación y con nosotros mismos.

 

Enrique González Villa, presidente ejecutivo de la Cámara Colombiana del Libro, aseguró que el organismo tomaba esto como una responsabilidad y agregó que “nos permitirá celebrar con los colombianos los cuatro conceptos básicos que sirvieron para la creación de la República: soberanía, ciudadanía, independencia e igualdad”. En este orden de ideas,  si la Filbo toma esto con la responsabilidad que asegura, es necesario que los exponentes, invitados y asistentes se lo tomen con la misma seriedad. Esperemos que esta sea una oportunidad para que cada uno de nosotros empiece a conocer un poco más a fondo la patria, aprender, por ejemplo, sobre la desgracia que ha traído el conflicto armado durante tantos años y entender que nuestra diferencia con otros países no nos hace inferiores, sino que es una oportunidad para mejorar cada día y asumir la responsabilidad de ser colombianos, en lugar de vivir soñando que nacimos en otro territorio.

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Crítica literaria

"Mi navidad en un psiquiátrico": del amor a la locura

A veces solo necesitamos sentir que alguien más entiende por lo que pasamos. Tal vez solo eso necesitaron tantos suicidas, como Kurt Cobain, quien no solo intentó quitarse la vida una vez, sino tres veces

Por: Elim J Alonso

“Mi navidad en un psiquiátrico” es un libro que trata temas que, aún en nuestros días, siguen siendo tabú para muchos. La depresión, los trastornos obsesivos compulsivos y la bipolaridad, se hablan y se tratan como si se hablase de un resfriado común. Mediante el libro, se quiere demostrar que las enfermedades mentales son tan comunes como las dolencias físicas; esto, con la esperanza de hacer sentir acompañados a los más tristes, contarles que no son los únicos y que hay alguien que los entiende. Una vez más, Mariángela Urbina decidió hablar de lo que pocos hablan pero que, de todas formas, es necesario. Este libro es una novela autobiográfica que nace, según la autora, de una experiencia propia en la clínica Thompson en Bogotá, cuando decidió, por cuenta propia, internarse por una severa depresión.

 

Como un acto de valentía propio de una persona autocrítica y sensata, acepta que necesita ayuda. Ya tomada la decisión, llama un Uber y va a la dirección que encuentra en internet. No solo habla abiertamente de problemas mentales como la depresión, la bipolaridad, o los trastornos obsesivos compulsivos, sino que también habla abiertamente de relaciones de pareja y de sexualidad. Mariángela nos hace ver que somos responsables, no solo de nuestras dolencias corporales, sino también de las mentales y sentimentales. Aquello que no podemos ver, pero sentimos incluso más profundo que cualquier otra herida física. A partir del ejemplo, nuestra autora comienza por tomar consciencia de que algo no está bien en ella, y, posteriormente, empaca una maletica y se dirige a la clínica. Ojalá todos tomáramos con tal seriedad y responsabilidad los inconvenientes mentales.

 

“Morir un poco, no del todo”

 

La estructura narrativa que implementa la autora nos mantiene atentos permanentemente. Y es que comienza los primeros párrafos explicando su experiencia desde el día que se quiso morir un poco, pero solo un poco. Además de capturar la atención del lector, quien puede, en primer lugar, pensar que la protagonista era suicida, piensa, desde un plano más reflexivo, que tal vez también se ha querido morir un poco, no del todo. Estamos acostumbrados a juzgar sin conocer, atribuirle todo a la locura, y no aceptar que, en parte, también estamos un poco locos pero que, como le dijo Alicia al Sombrerero en la adaptación de Tim Burton: “las mejores personas lo están”. Dentro del psiquiátrico, la protagonista encuentra gente buena que, tras varios eventos desafortunados, perdieron la cordura, mas no la autenticidad.

 

Y es que, muy probablemente, muchos también nos hemos querido morir un poco. En el marco de la Feria Internacional del Libro (FILBO) 2019, Amalia Andrade, escritora y moderadora en el conversatorio sobre esta obra, reflexionó sobre eso, querer morirnos un poco, entendiéndolo como la necesidad de anestesiarse por unos días, solo para poder dejar de sentir el dolor indescriptible de la depresión. “Al terminar de leer este libro, uno se queda con las ganas de leer más de la autora. Definitivamente, es un abrebocas a libros próximos que podrá escribir Mariángela”, asegura Andrade.

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Historias paralelas que convergen en el amor

 

La novela se desarrolla durante el tiempo en que Mariángela estuvo internada en un psiquiátrico. Paralelamente, cuenta la historia de su vida, eventos de su niñez y juventud, que recuerda gracias a los relatos de los demás internos. Muchos de los capítulos están dedicados a pacientes diferentes, cuyas historias convergen dentro de la clínica, y

terminan desembocando en la locura. No obstante, este no es el único eje temático que une sus historias: el amor y la experiencia en relaciones románticas también supuso un factor en común, presente en cada una de las páginas del libro. Parece, de algún modo, que el amor es el que los lleva a la locura.  

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Los personajes están descritos con tal detalle, que da la sensación de conocerlos personalmente: Diego, un joven homosexual de 25 años, ha tenido que lidiar con sus parejas, y encontró refugio en un grupo de jóvenes que le dieron su amistad incondicional; Julio era sacerdote, y un día comenzó a sentirse solo, hasta sin el amor de Dios; a Javier se le desplomó todo cuando el amor de su vida, Alejandra, lo dejó; y la propia autora narra su amor con “J”, una relación tóxica, sin dejar a un lado el amor con su madre.

 

De manera personal, una de las historias que más me impactó fue la del capítulo “Sara, la reina”, quien, aunque también termina en la locura por amor, es una muestra clara de que la belleza no lo es todo, pues las apariencias muchas veces engañan. Sara, una joven que también tiene a quien la atormenta como Marilyn Monroe con J.F.K, parece que tiene el mundo comprado con su belleza, pero resulta teniendo una vida vacía y cayendo en la depresión. “El problema es que afuera no es lo mismo que adentro cuando hay algo que está roto”, comenta. Sin embargo, este paralelismo, similar al que emplea Mario Mendoza en obras como Satanás de 2002, logra confundir en varias ocasiones al lector. En varios párrafos, la autora combina la historia de otro personaje con la de ella y no se marca bien el cambio, por lo tanto, no se sabe en qué momento está hablando de sus recuerdos y cuándo de los recuerdos de otros. Sin embargo, rápidamente se puede retomar el hilo y entender a qué se refiere la autora.

 

La voz de quienes están demasiado tristes como para hablar

 

Carlos Hernández, un estudiante de 18 años, asegura que, al leer el libro, se sintió inmediatamente identificado: “Sentí que no estaba solo, que no soy el único que se ha sentido así”. Urbina también asegura que uno de los objetivos de su libro es hacer demostrar que los problemas de depresión y demás no son casos aislados, sino que muchos más nos hemos sentido así. Es importante que existan este tipo de textos, con los cuales los jóvenes se pueden sentir identificados. A veces solo necesitamos sentir que alguien más entiende por lo que pasamos. Tal vez solo eso necesitaron tantos suicidas, como Kurt Cobain, quien no solo intentó quitarse la vida una vez, sino tres.  De igual manera, es importante dar visibilidad a este tema, y expresar mediante la literatura todo el cúmulo de sentimientos e inseguridades que puede llegar a sentir una persona deprimida.

 

A modo de conclusión, entre los aspectos a destacar, sin duda alguna, está el hilo narrativo del libro que, vale la pena recalcar, es excelente; mantiene un ritmo dinámico que genera incertidumbre y el deseo de seguir leyendo, con momentos en los que le quieres gritar al personaje qué hacer y qué no, como si fuese una novela de televisión. Ahora bien, aunque a veces el paralelismo entre las historias de la protagonista y las de los demás personajes pueden llegar a confundir el lector (no existe algo que marque el cambio entre uno y otro), la lectura es bastante fluida.

 

A medida que se avanza en las páginas del texto, comprendemos mejor y, lejos de perdemos en el paralelismo, aprendemos a disfrutarlo. Como en la vida, lo placentero se encuentra en el correcto equilibrio en los altibajos; en hallar vida tanto en los tonos grisáceos, como en los colores vibrantes.

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